D. Antonio Gómez Malo de Molina
Maestro y Sacerdote.
Nace en la plaza de la Iglesia de Los Villares el 19 de febrero de 1800. Hijo de D. Antonio Gómez Gardí, natural de Sevilla, Maestro Sangrador y propietario y de Dña. Mª Reyes Molina Armenteros, natural de Los Villares.
Son sus abuelos paternos, D. Antonio Gómez Martínez, natural de Tobarra (Albacete) y Mª Catalina Gardí Carmona, de la isla Córcega; son sus abuelos maternos, Tomás Malo de Molina de la Fuente y Ana Armenteros Espinosa, ambos naturales de Los Villares.
Don Antonio Gómez Malo de Molina, era el mayor de siete hermanos, Manuel, maestro sangrador y propietario de una fábrica de jabón, María de la Paz, Juliana, Ana María, José Domingo, comerciante y Francisco Zoilo, veterinario.
Pasó su infancia en la plaza la villa donde tenían el domicilio sus padres. Educado en los valores cristianos, fue siempre un joven dotado de grandes valores morales y de sanas costumbres lo que le valió la admiración general de todos sus vecinos.
De niño asistió a la escuela pública de Los Villares que regentaba el maestro don Juan Miguel de Campos Armenteros.
Graduado el Bachiller en Filosofía por la Universidad de Baeza, donde destacó por su capacidad, siendo muy apreciado y querido por sus profesores.
Entre 1821 y 1823 regentó de manera interina la escuela de niños de Los Villares, por no haber maestro la villa. En enero de 1825 iniciaba los trámites para la obtención del título de Maestro de Primeras Letras.
El 18 de enero, el Obispo de la Diócesis, Don Andrés Esteban y Gómez le otorgaba la Licencia y aprobación en Doctrina Cristiana, licencia necesaria para ejercer el magisterio.
Con fecha 29 de enero de 1825 realizaba el examen para la obtención del Título de Maestro de Primeras Letras, obteniendo la capacitación para ejercer el magisterio de primeras letras.
Tras la tramitación del título de Maestro por del Real y Supremo Consejo de Castilla, don Antonio, con fecha 18 de mayo de 1825, solicitaba a la Justicia y Ayuntamiento de Los Villares la plaza de maestro de la Escuela pública de la villa.
Concedida la plaza, el ayuntamiento hubo de habilitarle la Sala Capitular y comprarle el mobiliario y dotación de libros y material para su puesta en marcha. Se le asignó una dotación anual de 130 ducados, con el compromiso, por su parte, de impartir gratuitamente la enseñanza a los niños pobres, cobrando una pequeña paga al resto de los alumnos.
Sintiendo la llamada de Dios, comenzó la carrera de Sacerdote, estudios que compartía con la profesión de maestro, hasta que siendo imposible compaginar estudios y escuela, en diciembre de 1831, el ayuntamiento lo cesa como maestro, nombrando a don Francisco Rodríguez, en su lugar.
Recibió las órdenes menores en el Seminario de Jaén; ejerció el cargo de Capellán de Coro en la Santa Iglesia Catedral de Jaén.
Recibió el sagrado orden presbiterado en el año 1832. Su primer destino fue la Capellanía de Santa Cristina (Otiñar), en el año 1833, con la obligación de decir misa en ella todos los días festivos y domingos del año, por la que recibía una asignación de cinco reales por día. En 1834 se le concede por el Obispo de la Diócesis, el beneficiado de la parroquia de San Juan Bautista de Los Villares.
Iniciada en ese tiempo la terrible plaga del cólera morbo asiática, en noviembre de 1833, formó parte de la Diputación de Revisión y Observación de las medidas de prevención en la villa y del desarrollo de la epidemia en otros lugares.
El 6 de julio una vez que la enfermedad se ha desarrollado en Los Villares, don Antonio Gómez Malo de Molina, fue integrado en la Junta Municipal de Sanidad, de la que también formaba parte su padre, don Antonio Gómez Gardí.
A poco de iniciarse la plaga, cae enfermo el párroco y a pocos días el cura, quedándose solo a cargo de la parroquia de un pueblo que tenía algo más de quinientos vecinos, para la administración no sólo de los Sacramentos sino para dar sepultura de su propia mano, abriendo zanjas, a ocho o diez vecinos todos los días. Infectado de la cólera el único escribano de la villa, se vio precisado de que los moribundos le otorgasen sus últimas voluntades, por no haber persona alguna que quisiera aproximarse a las casas de ningún colérico, ejerciendo con felicidad empresa tan ardua y arriesgada sin otro premio que la gratitud de sus paisanos (de estos hechos existen pruebas documentales, en informes tanto del Ayuntamiento, como del Párroco de la Villa). La terrible epidemia se llevaría consigo, en tan sólo los 27 días que duró, entre junio y julio, a un total de 84 vecinos de Los Villares.
Vice-prior de la parroquia en 1837, como responsable de la fábrica de la misma, hubo de inventariar los objetos sagrados susceptibles de ser incautados por la Desamortización de Mendizábal, si bien su habilidad, junto a la del párroco y la predisposición de las autoridades municipales, hicieron posible salvar de la incautación gran parte del pequeño pero apreciable ajuar de vasos y enseres sagrados.
A finales de la década de los cuarenta, de mil ochocientos, ante la falta de maestro en la villa, volvió a ocupar, de forma provisional, durante dos cursos (el 1847-48 y 1848-49), la plaza de maestro de primeras letras, plaza que compaginaba con su labor sacerdotal.
En julio de 1852, tras el traslado del párroco don Manuel de Ocaña a Valdepeñas y que el presbítero don Antonio Díaz, que ocupaba la plaza de instrucción primaría se había trasladado a ejercerla en Pegalajar, don Antonio volvió a ocupar, provisionalmente, la plaza de maestro de instrucción primaria y el cargo de Vice-prior de la parroquia.
En agosto de ese año, el Obispo de la Diócesis, D. José Escolano y Fenoy, concedía la baja por imposibilidad física (pérdida de la visión), al Prior de la parroquia, Don Domingo García y autorizaba al Vice-prior Don Antonio Gómez Malo de Molina para que regentara la parroquia hasta nuevo nombramiento, cuyo servicio como Prior será gratuito. En esta situación se mantuvo hasta 1854.
Nuevamente, en 2 de agosto de 1855, el Ayuntamiento de la villa distinguía a D. Antonio y daba las más expresivas gracias por el servicio humanitario que venía prestando a los enfermos en la epidemia de cólera que venía sufriendo la población.
En junio de 1856, siendo Vice-prior de la parroquia, en base a una Circular de la Diócesis, sobre el estudio de las necesidades de cada una de las parroquias, elaboró un Documento-estudio de las necesidades parroquiales y situación social de los vecinos de la villa, consiguiendo que el Ayuntamiento, presidido por entonces por D. José del Alcalde y Cuberos, se comprometiese al pago de unas cantidades fijas y proporcionadas, sufragando así los derechos de estola, -bautismos, bodas y defunciones- de manera que los feligreses no tuviesen que pagar nada por estos servicios.
En 1857, sufrió un intento de secuestro; los secuestradores lo retuvieron un tiempo, pero la audacia de su criado, un ciego llamado Fermín, hizo que se abortarse el intento.
Persona muy querida y estimada en el pueblo, formó parte de innumerables comisiones benéficas que, como consecuencia de distintas tragedias a nivel nacional o internacional, se creaban para recaudar fondos en la villa. Así mismo formó parte de las Juntas Locales de Enseñanza y de Sanidad durante varios años.
Don Antonio, compaginó sus tareas sacerdotales con el cuidado de sus padres ya septuagenarios, a quienes tuvo a su cargo hasta su muerte.
En 1860 es nombrado prior de la Parroquia de Los Villares, ejerciendo dicho cargo hasta su jubilación.
Don Antonio Gómez Malo de Molina, fallecía, de edema pulmonar, a las cinco de la mañana del día 22 de diciembre de 1872, en el número 12 de la calle del Arcediano (hoy calle Jardín), tras una vida entregada a Dios y a sus paisanos. Su muerte fue muy sentida en el pueblo, que acudió en masa a la iglesia. Tras la misa funeral, el féretro fue trasladado al cementerio acompañado por la cruz parroquial, capellanes y por los estandartes de las once cofradías que existían en la parroquia.
Al día siguiente, según dejó mandado, se repartieron seis fanegas de trigo hechas pan entre las pobres viudas, huérfanas y pobres jornaleros de la villa.
Don Antonio Gómez Malo de Molina, fue un hombre de fe que entregó, por entero, su vida a sus dos grandes vocaciones: la enseñanza y el sacerdocio, entrega que le llevó a jugarse la vida a favor de sus paisanos.