Siempre me he preguntado por qué cada vez que venía de vacaciones a Los Villares y compraba en algún comercio o comía en algún bar y la cuenta era un poco elevada me decían: – ¡Y si no tienes bastante ya iré yo a cobrar ase el Pardillo! -, y se echaban a reír de forma irónica pero sin maldad.
Al principio no le di demasiada importancia, pero después me ardió la curiosidad y como sabía que la familia de mi madre era conocida en el pueblo por el apodo de Los Pardillos, empecé a indagar sobre el tema. Pregunté a mi madre y a mis tíos sobre el famoso dicho y me contaron la siguiente historia:
Alejandro, o mejor dicho, Alejandrico el Pardillo, que así era como lo conocían en el pueblo, mi bisabuelo, se quedó desde muy pequeño huérfano. Un tío suyo, perteneciente a la familia conocida por Los Rayetes, se hizo cargo de él. Su tío era lo que antiguamente llamaban “carguerillo”, es decir, se dedicaba a llevar y traer cargas de fruta y pescado con una borriquilla por todos los pueblos de la provincia, en unas grandes capazas de esparto.
Mi bisabuelo Alejandro pasó toda su niñez acompañando a su tío en todos sus viajes. Iban a las huertas del Río Jaén a comprar fruta o a los cortijos de la zona en busca de queso o aceite que, posteriormente, venderían en Los Villares y pueblos de la provincia. De esta forma, mi bisabuelo fue aprendiendo todo lo referente al comercio de fruta y de otros alimentos.
Cuando creció, conoció en uno de sus viajes a Martos a la quien sería un tiempo después su futura esposa, mi bisabuela Carmen. Dicho sea de paso, la familia de ésta acababa de llegar a Martos huyendo de las penurias de una gran sequía que se había prolongado durante siete años en Almería y que había destruido todas las huertas de la zona.
Mi bisabuelo, siguiendo los pasos de su tío, se hizo con las riendas del negocio. Empezó a llevar y traer cargas de fruta, contrataba a otras personas que tenían también borricos e iban a Málaga a comprar pescado y siguió comprando queso, aceite y harina en los distintos cortijos de la provincia. Al principio, cuando adquiría la mercancía en muchísimas ocasiones dejaba dinero a deber a sus proveedores hasta que conseguía vender toda la carga y cuando regresaba de nuevo a por nuevos suministros, les pagaba todo el dinero que les debía.
Como le iban muy bien las cosas, pensó en adquirir un local donde vender toda la mercancía. Por aquel entonces, un hombre llamado Pepe Zacarías, vivía en donde actualmente se encuentra la tienda de Regaliz. Habló con él y éste aceptó, alquilándole el local. Allí mi bisabuelo puso una especie de tienda donde vendía todo lo que traía de los diferentes lugares: fruta, pescado queso, aceite, es decir, alimentos de primera necesidad.
El negocio iba cada vez mejor, por lo que consiguió hacerse de unos ahorrillos, que dicho sea de paso, mi abuela guardaba con mucho esmero en una especie de calcetín o media hecha de hilo de algodón al que llamaban talego de los dineros. Me llamó mucho la atención el comentario que mi madre me hizo acerca del talego. Por lo visto, mi bisabuela tenía una orza muy vieja en la que guardaba cal y que ya no utilizaban y que la había puesto en una cuadra que había en la casa al lado de lo que llamaban “las piletas de los marranos”, que eran lugares donde se le echaban la comida a los animales. Pensó que si guarda el talego allí cualquier persona que entrara a su casa con la intención de robar no caería en la cuenta de que en una orza tan vieja estuviera escondido el poco dinero ahorrado con tanto esfuerzo.
Dicho esto, y continuando con el tema que nos atañe, empezaron a llegar a casa de mi bisabuelo personas que necesitan dinero a corto plazo para contratar a jornaleros, para comprar algún borriquillo o para comprar alimentos de primera necesidad, pero que no podían pagar en ese momento. Incluso personas que habían trabajado para otras y a la hora de cobrar el jornal, iban directamente “ase El Pardillo”, pues éste ya había hablado con el amo y habían llegado a un acuerdo para que sus jornaleros cobraran en la casa de mi bisabuelo y que cuando cobraran las cosechas o cuando pudieran, le devolvería el dinero que le debían.
Recurrían a él porque sabían que Alejandrico el Pardillo, era un buen hombre que no les iba a exigir de forma inmediata el pago de la deuda y además sabían que al devolverle el dinero sería sin ningún tipo de interés, cosa que en aquella época era un tanto extraño pues, por lo general, en el pueblo existían otras personas que también prestaban dinero y que en la devolución del mismo se incluían unos réditos que debían de abonar a la hora de hacer el pago. Así que dicho todo esto, cuando alguien tenía que pagar a otra persona y no tenía en ese momento dinero para ello le decía: – ¡Ve a cobrar ase el Pardillo! -, pues sabían ciertamente que el Pardillo les iba a pagar.
El Pardillo, por lo que me han contado mis tíos Alejandro y Carlos, y mi madre, fue un hombre muy generoso, porque muchas veces en vez de cobrar la deuda entera, les perdonaba parte de ella, pues sabía a ciencia cierta que algunas personas eran tan pobres que no podían hacer frente a la deuda entera. Incluso me contaron que en muchas ocasiones, cuando venía de regreso con la carga de fruta y otros alimentos si había niños que le pedían alguna manzana o cualquier otra cosa, en vez de darles una pieza de fruta, les daba un buen puñado para que ellos y sus familias pudieran comer.
El dicho de “a cobrar ase el Pardillo” siguió siendo una realidad tras la muerte de mi bisabuelo, porque su hijo José, mi abuelo, continuó ejerciendo la profesión de carguerillo y de fiador, junto con sus dos hijos mayores, mis tíos Carlos y Alejandro, que siguieron en un principio los pasos de su abuelo y de su padre. Sin embargo, poco a poco esta profesión tan entrañable se fue perdiendo pues llegaron tiempos difíciles para todos.
Pero de lo que no cabe duda es que siempre perdurará en nuestras memorias, a pesar del paso del tiempo, el famoso dicho de que cuando alguien no te pueda pagar vayas ¡”A COBRAR ASE EL PARDILLO”!
Juani Cardenas Armenteros