El carnaval villariego, hace muchos años atrás, como a mí me lo han contado, yo voy a intentar redactar. Había tres días de carnaval, con el Domingo de Piñatas se venía a terminar. Era una gran fiesta con grandes ruedas donde todos iban a cantar y a bailar. Se confeccionaban exclusivos y artesanales disfraces para poder lucir y disfrutar. El premio era asignado al mejor de los trajes. Había competencia con el tema del disfraz. Consistía mucho en que con el disfraz que cada uno se ponía, nadie te conocía: ni amiga, ni novio ni rondador si lo tenías. Se iban a las ruedas, se ponían a cantar y a bailar y entonando esta letrilla al que a uno más le gustaba así se le entonaba:
‘No me conoces y tiro coces,
Y como no me conoces
La lata yo te la doy,
Y como tú a mi no me conoces,
No sabes decir quién soy.’
Esa era una de entre tantas canciones que se tarareaban, durante el tiempo del carnaval. Las parejas se buscaban y no se encontraban. Uno se imaginaba que era aquella persona, y se acerba. El gozo se iba al pozo al ver que el amado allí no estaba. Aquel joven que a uno tanto le gustaba, y que nunca te había dicho nada, con ese disfraz tan elegante, a ti se te acercaba, y al oído, ¡ay lo que te susurraba! Este empezaba a cavilar y pasado el carnaval él se te declaraba. En estas ruedas picarescas que se formaban, coplas de pique se cantaban y tú a tu novio se las dedicabas. Era habitual que dichas coplillas recíprocas se representaran, a través de ellas, el amor fluía y más se potenciaba cuando él a ti y tú a él lo mirabas. La diversión fluía, la gente se divertía porque era carnaval y era lo que se requería. Aquellos eran unos tiempos en los que cualquier cosa era tabú y obscenidad; algunas diversiones eran consideradas como libertinaje, y como por aquel entonces, casi todo estaba mal visto y prohibido, el carnaval no iba a ser menos y quedó suspendido.
Elvira Parra Serrano