No es leyenda sino un hecho real. Erase una vez, en el pueblo de Los Villares el cuento que les vengo a relatar.
A fínales del 1939, cuando la Guerra Civil estaba a punto de terminar, un gran hombre, que en el frente se encontraba, tomó una decisión, llevaba mucho tiempo sin ver a su familia porque Miguel dejó a sus padres y hermanas, excepto a sus otros dos hermanos que marcharon también a la guerra.
Estaba casado y profundamente enamorado de una joven y extraordinaria mujer, se querían con un amor mutuo y correspondido. Llevaban poco tiempo casados cuando él se tuvo que marchar y dejar algo tan apreciado como la familia, que ya había dado el fruto de un hijo, eran muy felices.
La fatalidad les acechó, Miguel era un hombre con un gran sentido del humor, al marcharse le prometió a su esposa que no tuviera nada que temer, él regresaría para continuar haciendo feliz a toda su familia y compartir con euforia el tiempo que le habían arrebatado de ver crecer a su hijo.
María quedó tremendamente triste y desolada, aún así, ella siempre albergó en su corazón su regreso, no dudó ni un instante que sucedería, volvería a tener su amor y todos los proyectos que tenían por realizar.
Habían transcurrido casi tres años de su marcha. María había tenido pocas noticias, su entereza se estaba agotando. Le hablaba a diario a su hijo del regreso de su padre porque cada día le enseñaba su fotografía, el pequeño Miguel la besaba y le decía papa, con ese gran cariño que le había inculcado su madre.
Miguel estaba en el frente sintiéndose dolido y desorientado por una guerra tan sumamente injusta, una lucha tan patética y cruel como es una guerra civil.
Una mañana después de mucho meditar, decidió desertar y regresar con su familia. Pensaba en María y en su hijo constantemente, no le encontraba ningún sentido a estar presenciando cada día más dolor y sufrimiento. Se imaginaba lo triste que estaría su mujer, lo que habría crecido su hijo y que estaría ya soltando sus primeras palabras.
Ese sentimiento de amor y las ganas de abrazar a su hijo, junto con la frustración que sentía, hicieron que esa noche se encaminara en busca de su hogar. No fue fácil ya que tenía que andar en la oscuridad para no ser visto, campo a través por valles, montañas, barrancos, laderas y sierras.
Camino de las Navas
Pero Miguel era hábil, con muy buena retentiva y un sentido de la orientación increíble. En pocos días llegó a la sierra de “la nava” por la cual atravesó y encontrarse con el “puerto de la olla”.
Llano de las Navas
Puerto de la Oya
Cueva de la Oya
Era el amanecer, pasó el día allí para no hacer señuelo, percibiendo y observando desde lejos el aroma villariego.
Sentía como el corazón se le aceleraba al pensar que aquella noche abrazaría a María y vería a su hijo. El recuerdo que tenía de él, era el de un bebé con una sonrisa espléndida.
Cuando fue noche ya cerrada, comenzó a caminar con una satisfacción tremenda, él no era consciente de que había desertado, solo pensaba en ver y estar con su mujer e hijo.
Ese día, María estaba un poco inquieta porque había oído comentarios muy desagradables sobre las bajas de los soldados que estaban en el frente. Ella se resistía a pensar que le hubiera ocurrido algo a Miguel, ya que le había prometido que regresaría para continuar todos sus proyectos y para ser felices con su hijo.
El pequeño había estado todo el día jugando, tenía mucho sueño y estaba un poco cansado. María decidió darle pronto la cena y acostarlo, no tardó en quedarse profundamente dormido.
Se quedó un poco absorta con la foto de Miguel en la mano ya que cada noche se la enseñaba a su hijo para darle las buenas noches. Con la mirada fija en la fotografía se quedó durmiendo. Cuando de repente, sé le fue un sobresalto pues tocaban a la puerta muy sigilosamente, ella sintió miedo de que llamaran a esas horas de la noche. Silenciosamente y con el corazón acelerado se acercó hasta la cerradura y pregunto que quién era.
Miguel, contestó:
-No temas, abre que estoy aquí como te prometí.
Seguidamente María abrió la puerta temblorosa, se abrazó a él y no paraba de repetir:
-Sabía que regresarías, me lo habías prometido.
María observó a Miguel pues estaba muy desnutrido y se había quedado en los huesos. Miguel le dijo que no se preocupara de su aspecto, lo importante era que estaban de nuevo juntos y que quería ver al niño. Ella se secó las lágrimas y sin parar de abrazarle lo condujo hasta su lecho donde se encontraba durmiendo el pequeño Miguel, lo tomó entre sus brazos y lo besaba constantemente diciéndole que estaba hecho todo un hombre. El niño entre sueños lloraba y le preguntaba a su madre que quien era ese señor. Miguel le abrazó de nuevo, le dijo que era su padre. El hijo se quedó mirándolo y le contestó que no se le parecía al de la fotografía.
Miguel era un desertor, estaba escondido en la habitación de su casa, no salía de allí para nada. La guerra tenía los días contados y no sería mucho el tiempo que tendría que estar en aquella situación. La precariedad era muy notable en todos los aspectos.
Un día le dijo Miguel a María que le llevara un poco de esparto y unas suelas de unas alpargatas ya desechadas, le iba hacer unas sandalias. Hizo unas preciosas para su mujer y otras a su hijo, en realidad fueron varias las que elaboró, concretamente a toda la vecindad.
Pero un día, un vecino al que le gustaba estar pendiente de los demás y mofarse con el dolor ajeno, le dijo al sobrino de Miguel, que era un niño:
– ¡Qué sandalias tan bonitas tienes! ¿Quién te las ha regalado?
Este le contesto:
-Me las ha hecho mi tío Miguel.
Al día siguiente, María estaba haciendo unos picatostes para desayunar. Cuando de repente, llamaron a la puerta con unos golpes muy fuertes. El pequeño Miguel que estaba junto a la chimenea saboreando el desayuno que le había echo su madre, se sobresaltó y empezó a llorar, María lo tomo en sus brazos y abrió la puerta lo más rápido que pudo. Eran los guardias de asalto, que amenazaban de registrar su humilde hogar y sin mediar palabra comenzaron a buscar por toda la casa. Miguel sintió todo el alboroto que se había formado y temiendo que le pudieran hacer algo a su familia se presento ante ellos, los guardias le dijeron palabras humillantes, María al sentir palabras tan sumamente dolorosas replicó, que su marido solo quería ver a su familia, seguidamente los guardias con un tono amenazador mandaron callar a María, y sin mediar palabra esposaron a Miguel y se lo llevaron preso.
El pequeño Miguel lloraba en los brazos de su madre y preguntaba:
-¿Dónde se llevan a papá?
María abrazaba al niño y le decía
-Papá tiene que ir con esos hombres, pero te prometo que regresara de nuevo con nosotros.
Pero cuando Miguel se salió por la puerta se quedo mirando fijamente a María con el rostro lleno de dolor pero en su mirada se podía percibir una vez más la promesa de su regreso.
Un grito desgarrado, pero lleno de esperaza, brotó de labios de María.
Te estaré esperado hasta que regreses y nadie podrá impedir que seamos felices.
María quedó sola de nuevo con su hijo, le prometió a su marido que esperaría su regreso.
Ella estaba en estado de gestación, cuando él volvió. Eran malos tiempos los que corrían, Miguel trabajaba en lo que se terciaba pero aun así, tenían mucha necesidad. Tuvieron cuatro hijos, en su casa reinaba la felicidad con la humildad de un hogar acogedor, pero Miguel no veía futuro en el pueblo y un día decidió ir a la ciudad para ofrecerle a su familia una vida mejor y más estable.
Primero se marchó él acompañado de su hijo e hija, cuando estuvieron instalados regresó a por el resto de la familia. Allí todos pudieron tener una vida más próspera y productiva.
Miguel disfrutó de ver crecer a sus hijos llenos de vida y fue tremendamente feliz con su querida y amada María.
Con el paso del tiempo, Miguel recibió una indemnización por haber estado encarcelado.
Elvira Parra Serrano